Lección: Mateo 10:1-4 Texto: Juan 13:5
INTRODUCCION
Una tarea tan importante, de Dios
mismo, para poder ser continua, requería de hombres que lo conocieran, que hayan
tenido el llamado y respondido a este, para ser escogidos y equipados para su
comisión. En los versos finales del capítulo anterior nos damos cuenta que
Jesús lo está graficando como una gran cosecha. Veremos en este capítulo nuevo que
el evangelista hace mención de la convocatoria de los discípulos y del poder
que Jesús delega en ellos. Enseguida se pasa lista a los Doce (versos de 2 al 4)
y después viene la comisión misma (versos 5 al 42). En un discurso que resulta
en una división del capítulo en dos partes: el ambiente (1-4) y la comisión (5-42).
Veamos en esta escuela Dominical el ambiente de los primeros cuatro versos.
DESARROLLO
V.1) Mateo parece dar por hecho
que los lectores del Evangelio ya saben que los Doce, como un grupo, habían
sido escogidos antes, aunque él mismo no relata este llamamiento. Según Luc. 6:12,
13, 20, este grupo de doce había sido llamado poco antes
del Sermón del Monte (Vea Mat. 3:13, 14). Ahora, quizás algo después (durante
el mismo verano, esto es, del año 28 d.C.), Jesús envía a estos hombres en una
gira misionera. Ellos iban a ser sus embajadores oficiales o “apóstoles”,
investidos con autoridad para representar a Jesús mismo, su Maestro. El hecho
de que fueran elegidos exactamente doce hombres, ni más ni menos, para esta
tarea debe significar que el Señor los señaló para que fuesen el número del
nuevo Israel, porque el Israel de la antigua dispensación había estado
representado por los doce patriarcas (Gén.49:28). Es ciertamente muy interesante e
instructivo que los mismísimos hombres a quienes se había exhortado a que
oraran para que el Señor de la mies enviase obreros a su mies (9:38) ahora sean
puestos en la primera fila de estos obreros (18:18). Además, se les da
autoridad sobre espíritus inmundos, probablemente llamados así debido, no
solamente a que son inmundos en sí mismos, sino porque también irían a
persuadir la inmundicia de pensamientos, palabras y obras entre los hombres. Jesús
dio “autoridad” a los Doce, esto es, poder más el derecho de ejercerlo,
“sobre espíritus inmundos para expulsarlos y para sanar toda enfermedad y toda
dolencia”. Como hemos estudiado, sabiendo que no todo proviene de posesión de demonios,
sino también de enfermedades y dolencias causadas desde el pecado de Adán,
humanamente deformaciones que solo en algunos casos son una afección física atribuida
a influencia de espíritus malignos o satanás. (Cada caso debe ser distinguido
como aprendimos en Mateo 4:24; Vea
también Luc. 13:16; Job 2:7). Así ellos
podrían hacer lo mismo que él está haciendo y lo que se les ha ordenado hacer.
Del mismo modo que Jesús representa al Padre (Jn. 5:19), ahora ellos lo
representarían (Luc.10:3).
V.2-4) En el Nuevo Testamento
aparece cuatro veces la lista de los Doce (Mat. 10:2-4; Mar. 3:16-19; Luc. 6:14-16; Hch.
1:13, 26). Hechos 1:15-16 relata la forma en que Judas
Iscariote fue reemplazado por Matías. En cuanto a las listas de los Evangelios,
cada una empieza con Pedro (al igual que Hechos) y termina con Judas
Iscariote. Aun el orden dentro de las cuatro referencias muestra muy poca
variación. Cuando teóricamente se consideran los doce nombres, en cada caso
formados de tres grupos de a cuatro, se obtiene el siguiente resultado:
En Mateo : el nombre de Andrés sigue
inmediatamente al de su hermano Pedro; los hermanos Jacobo y Juan se mencionan
enseguida. Esto completa el primer grupo de cuatro. Estos cuatro bien podrían
haber sido los primeros discípulos de Cristo (Vea Jn. 1:35-42; y vea Mat. 4:18-22). El segundo grupo de cuatro comienza
con Felipe y Bartolomé (= Natanael), llamados a ser discípulos de Cristo
inmediatamente después del primer grupo de cuatro (Jn. 1:43-51); y concluye con Tomás y Mateo. En el grupo final, los
primeros tres nombres son los de los discípulos “oscuros”, esto es,
hombres de quienes se sabe poco (Tadeo) o casi nada (Jacobo hijo de Alfeo, y
Simón el cananeo); el último nombre es el del traidor Judas. ¿Es esta oscuridad
y (en un caso) perversidad lo que explica el hecho de que estos cuatro se
mencionen al final? o ¿se mencionan al final por ser los últimos en haber sido
llamados? No lo sabemos.
En Marcos : la secuencia para el primer grupo
de cuatro es la misma que en la de Mateo con la sola excepción de Andrés que en
Marcos ocupa el último lugar. En el segundo grupo de cuatro de Marcos
encontramos “Mateo y Tomás” en lugar de “Tomás y Mateo”. Con respecto a los
últimos cuatro, las listas de Mateo y Marcos son idénticas.
En Lucas : sigue como Mateo para los primeros
cuatro nombres de la lista y la de Marcos para los segundos cuatro. Con
respecto a los últimos cuatro nombres, Lucas sigue un orden propio, invirtiendo
el orden de los dos nombres del medio con respecto a las listas de Mateo y Marcos.
Además, pone el nombre “Judas el hijo [o: hermano] de Jacobo en lugar de Tadeo,
indudablemente refiriéndose a la misma persona. Entonces, aquí Lucas tiene la
secuencia: “Jacobo el hijo de Alfeo, y Simón llamado el Zelote, y Judas el hijo
[o: el hermano] de Jacobo, y Judas Iscariote que vino a ser traidor”.
En Hechos : Aquí la lista de Lucas tiene la
secuencia: “Pedro y Juan y Jacobo y Andrés” para los primeros cuatro; “Felipe y
Tomás, Bartolomé y Mateo” para el segundo grupo, y termina con “Jacobo el hijo
de Alfeo y Simón Zelote y Judas el hijo de Jacobo. En el v. 26 se añade el
nombre Matías.
Ahora individualmente, el estudio
resumido de cada uno es el siguiente :
En cuanto a los individuos que
componían este grupo de doce, a ninguno se menciona con mayor frecuencia que el
pintoresco e impetuoso Pedro.
Su nombre original era Simón (o Simeón). Era hijo de Jonás (o Juan). Era
pescador de oficio, y vivía con su hermano Andrés, primero en Betsaida y luego
en Capernaum. Jesús, por cuya gracia e influencia iba a ser gradualmente
transformado de persona inestable en un testigo fiel y digno de confianza,
proféticamente le cambió el nombre de Simón a Cefas (arameo), es lo
mismo que Pedro (griego Petros), significando roca. Para una
descripción del carácter y la personalidad de Pedro, vea Mat.4:18-22; 26:58, 69-75
y Jn. 13:6-9; 18:15-18, 25-27. Por tradición se acreditan a Pedro dos libros
del N.T.; las epístolas llamadas 1° y 2° de Pedro. En el verso 2 se prefija la
palabra “primero” al nombre de este discípulo que se llama variadamente Simón,
Pedro, Simón Pedro y Cefas. Era, indudablemente, el líder del grupo. En esta
conexión véase sobre 16:16–19. Es difícil sobreestimar el significado de Pedro
para la historia de la iglesia primitiva.
Andrés, también un pescador, quien trajo a
su hermano Pedro a conocer a Jesús (Jn. 1:41, 42). Para otras referencias a
Andrés, vea Mat.4:18-22; también estúdiese Mar. 1:16, 29; 13:3; Jn. 6:8, 9;
12:22.
Jacobo
y Juan también eran
hermanos, hijos de Zebedeo. Mateo menciona a estos dos pescadores no solamente
aquí y en 4:21, 22, sino también más adelante (17:1; 20:20, 21). Hay también
varias referencias a ellos en los otros Evangelios. Debido a su naturaleza
fogosa, Jesús llamó a Jacobo y Juan “hijos del trueno” (Mar. 3:17; Luc. 9:54-56).
Jacobo fue el primero de los apóstoles que llevó la corona de mártir
(Hch. 12:2). Mientras él fue el primero en entrar en el cielo, Juan, con
toda probabilidad, fue el último en permanecer en la tierra. Acerca de la vida
y el carácter de Juan, a quien muchos consideran (y creo que en forma correcta)
como “el discípulo a quien Jesús amaba” (Jn. 13:23; 19:26; 20:2; 21:7,
20). Por tradición se han atribuido cinco libros del N.T : su Evangelio, tres
epístolas (1, 2, y 3 Juan), y el libro de Apocalipsis.
Felipe fue, al menos por un tiempo, de la
misma ciudad de Pedro y Andrés, esto es, Betsaida. Habiendo él mismo respondido
al llamamiento de Jesús, encontró a Natanael y le dijo: “Hemos hallado a
aquel de quien escribieron tanto Moisés en la ley como también los profetas: a
Jesús, hijo de José, de Nazaret” (Jn. 1:45). Cuando Jesús estaba por dar de
comer a los cinco mil le preguntó a Felipe: “¿De dónde compraremos pan para que
coman éstos?” Felipe respondió: “Doscientos denarios de pan no bastarían
para que cada uno de ellos tomase un poco” (Jn. 6:5, 7). Felipe
aparentemente olvidó que el poder de Jesús sobrepasaba cualquier posibilidad de
cálculo. Deducir de este incidente que Felipe era del tipo de persona fría y
calculadora, más que los demás apóstoles, sería basar demasiado en muy poco. En
los Evangelios Felipe generalmente aparece bajo una luz más bien favorable.
Así, cuando los griegos se le acercaron con la petición: “Señor, querríamos ver
a Jesús”, fue, se lo dijo a Andrés y ambos fueron con los inquiridores a Jesús
(Jn. 12:21, 22). Hay que reconocer que Felipe no siempre comprendió de
inmediato el sentido de las profundas declaraciones de Cristo ¿las entendieron
los demás? pero en su favor se debe decir que revelaba su ignorancia con
completa simplicidad y pedía más información, como también es claro de Jn.
14:8: “Señor, muéstranos el Padre y nos basta”. Recibió esta hermosa y
consoladora respuesta: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9).
Bartolomé (significa: hijo de Tolmai) es
claramente el Natanael del Evangelio de Juan (1:45-49; 21:2). El fue
quien dijo a Felipe: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” Felipe respondió:
“Ven y ve”. Cuando Jesús vio a Natanael viniendo hacia él, dijo: “He aquí un
verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Este discípulo fue una de las
siete personas a quienes apareció el Cristo resucitado en el mar de Tiberias.
De las otras seis solamente se menciona a Simón Pedro, Tomás y los hijos de
Zebedeo.
Las referencias a Tomás se combinan
para indicar que el desaliento y la devoción caracterizaban a este hombre.
Siempre tenía temor de perder a su querido Maestro. Esperaba el mal, y le
resultaba difícil creer las buenas nuevas cuando se las daban. Sin embargo,
cuando con todo su tierno y condescendiente amor el Salvador resucitado se le
reveló, fue él quien exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!” .Vea Jn.11:16; 14:5;
20:24-28; 21:2.
De Mateo ya hemos estudiado en la introducción
del libro y ha sido tratado en forma más o menos detallada (v.9:9).
Acerca de Jacobo, el hijo de Alfeo, llamado por
Marcos (15:40) “Jacobo el Menor”, lo cual algunos interpretan como “Jacobo
el más joven”, pero otros como “Jacobo el pequeño en estatura”, no
tenemos mayor información positiva. Sin embargo, es probable que sea el mismo
discípulo a que se hace referencia en Mat. 27:56; Mar. 16:1 y Luc. 24:10. Si es
así, el nombre de su madre era María, una de las mujeres que acompañó a Jesús y
estuvo cerca de la cruz (Jn. 19:25). Ya se ha mostrado que el Alfeo que era
padre de Mateo probablemente no se debería identificar con Alfeo el padre de
Jacobo el Menor.
Tadeo (llamado Lebeo en algunos manuscritos
de Mat. 10:3 y Mar. 3:18) con toda probabilidad es el “Judas no el
Iscariote” de Jn.14:22. (Hch. 1:13). Por lo que se dice de él en Jn.14
parece que quería que Jesús se mostrara al mundo, probablemente queriendo
decir: ser el foco de la atención pública.
El segundo Simón es llamado el cananeo, sobrenombre
arameo que significa entusiasta o zelote. Por cierto, Lucas lo llama “Simón el
zelote” (Luc.6:15; Hch.1:13). Con toda probabilidad se le da este nombre porque
anteriormente había pertenecido al partido de los zelotes, partido que en su
aborrecimiento del dominio extranjero que exigía tributo, no trepidaba en
fomentar la rebelión contra el gobierno romano.
Finalmente estaba Judas Iscariote,
generalmente interpretado como que significaba “Judas hombre de Keriot”,
lugar en el sur de Judea. Los Evangelios aluden a él repetidas veces (Mat.
26:14, 25, 47; 27:3; Mar. 14:10, 43; Luc. 22:3, 47, 48; Jn. 6:71; 12:4; 13:2,
26, 29; 18:2-5). A veces se le describe como “Judas el que lo entregó”, “Judas
uno de los doce”, “el que lo entregó”, “Judas el hijo de Simón Iscariote”,
“Judas Iscariote, hijo de Simón”, o sencillamente “Judas”. Probablemente sea
inútil especular acerca de las razones que indujeron a Jesús a elegir a este
hombre como uno de sus discípulos. La respuesta básica podría bien estar
incluida en pasajes tales como Luc. 22:22; Hch.2:23; 4:28. Este hombre, aunque
completamente responsable de sus propias obras malas, era un instrumento del
diablo (Jn. 6:70, 71). Mientras otras personas, al sentir que ya no estaban de
acuerdo con las enseñanzas de Cristo o que no las toleraban, sencillamente se
apartaron de él (Jn. 6:66), Judas permaneció como si estuviera completamente de
acuerdo con él. Puesto que era una persona egoísta no podía ¿diremos “no
quería”?, entender la desinteresada y hermosa acción de María de Betania cuando
ungió a Jesús (Jn. 12:1). No podía ni quería comprender que el idioma nativo
del amor es la dadivosidad. Fue el diablo quien instigó a Judas a traicionar a
Jesús, esto es, a entregarlo en manos del enemigo. Era ladrón; sin embargo, a
él se le había confiado la tesorería del pequeño grupo, con el resultado
predecible (Jn. 12:6).
Cuando, en relación con la institución
de la cena del Señor, llegó el momento dramático , en que Jesús dejó asombrados
a los Doce al decir: “Uno de vosotros me traicionará”, Judas, aunque ya
había recibido de los principales sacerdotes las treinta piezas de plata como
recompensa por la prometida entrega (Mat. 26:14-16), tuvo la increíble audacia
de decir, ¿Ciertamente no seré yo, Maestro?” Judas sirvió de guía al
destacamento de soldados y al piquete de guardias del templo que arrestaron a
Jesús en el huerto de Getsemaní. Este traidor señaló a Jesús ante los que
habían venido a prenderlo dándole un pérfido beso, como si fuera todavía un
discípulo fiel (Mat. 26:49, 50; Luc. 22:47, 48). En cuanto al modo del
fallecimiento autoprovocado de Judas, podemos preguntarnos ¿Qué hizo que este privilegiado discípulo se
convirtiera en el traidor que entregó a Jesús? ¿Fue su orgullo herido, la
ambición defraudada, la codicia profunda de su ser, el temor de ser expulsado
de la sinagoga (Jn. 9:22)? Sin duda, todas estas cosas estaban incluidas, pero,
¿no podía haber sido la razón más básica ésta que entre el corazón
completamente egoísta de Judas y el corazón infinitamente abnegado y generoso de
Jesús había un abismo tan inmenso que, una de dos, Judas debía implorar al
Señor que le diera la gracia de la regeneración y de la completa renovación,
petición que el traidor no quería hacer, o debía ofrecer su ayuda para
deshacerse de Jesús? Una cosa es cierta: La espantosa tragedia de la vida de
Judas no prueba la impotencia de Cristo, ¡sino la impenitencia del traidor! ¡Ay
de ese hombre! Lo que señala la grandeza de Jesús es que tomó a tales hombres y
los unió en una comunidad sorprendentemente influyente que sería no solamente
un vínculo digno con el pasado de Israel sino también un sólido fundamento para
el futuro de la iglesia.
CONCLUSION
Sí, el evangelio cumplió este milagro
múltiple con hombres como estos, con todas sus faltas y flaquezas, aun cuando
dejamos a un lado a Judas Iscariote y nos concentramos solamente en los demás,
no podemos dejar de ser impresionados por la majestad del Salvador, cuyo poder
de atracción, incomparable sabiduría y amor inigualable eran tan asombrosos que
pudo reunir alrededor suyo y unir en una sola familia a hombres enteramente
diferentes y a veces contradictorias en cuanto a antecedentes y temperamentos. Pedro
el optimista, Tomás el pesimista, Simón el ex zelote revolucionario, Mateo
cobrador de impuestos del gobierno romano; Pedro, Juan y Mateo, destinados a
hacerse renombrados por sus escritos, pero también Jacobo el menor, de quien
nada se sabe pero que debe de haber cumplido su misión. Jesús los atrajo con
las cuerdas de su compasión tierna e inagotable. Los amó hasta lo sumo (Juan 13:1),
y en la noche antes de ser entregado y crucificado los encomendó al Padre. Hoy
somos simples enviados a ser siervos (esclavos) de Cristo y a estos que el
mismo constituyó como apóstoles son las primicias que estuvieron con Él, vieron
e hicieron los milagros con poder y amor, lo vieron morir y resucitar, llamando
luego al doceavo apóstol enviado a los gentiles divinamente, como a un
abortivo. Demos gracias por nuestro llamado y seamos fieles a las enseñanzas
del Maestro en los tiempos que vivimos, cumpliendo lo que Él nos pida hasta su
venida gloriosa, haciendo lo que Él hizo con ellos en Juan 13:5 y no al revés, para así poder oír la
trompeta sonar. Amén.
APOYO
ESTUDIO: IB MITEI